martes, 20 de diciembre de 2011

Emociones

Está muy trillado ya eso de que la literatura provoca emociones. Pero no por ser trillado deja de ser cierto. Yo creo que a más de uno, como a  mí, le ha pasado.Por ejemplo, la sensación de estar en Oriente mientras leía un cuento de "Las Mil y Una Noches",  o sentir un escalofrío al terminar el  relato de W.W. Jacobs  "La pata de mono"( quien haya leído "El almohadón de plumas" o "La gallina degollada"  de Horacio Quiroga sabe de qué hablo) Más allá de que el texto pueda "gustar" o no,  siempre provoca efectos en el lector, porque está bien contado, bien construído, y terminamos creyéndolo, pensando que eso que nos están contando es absolutamente posible. Otros textos provocan emociones distintas, como algunos cuentos breves e irónicos de Augusto Monterroso,particularmente  La oveja negra, o también los graciosos cuentos para chicos que escribe Ema Wolf. Hace años, recuerdo que me exasperaba leyendo  "Hacia adelante" , un cuento de ciencia ficción en el que no había explicaciones para lo que hacían los protagonistas. Eso tiene la buena literatura, la capacidad de provocar emociones en los lectores.
Como ya estamos muy cerquita del 24, quiero compartir con ustedes este relato de Eduardo Galeano, con el que siempre, pero siempre, me emociono:




Nochebuena

Fernando Silva dirige el Hospital de Niños, en Managua.  En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar  el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden,  y en eso estaba cuando sintió que unos pasos  lo seguían. Unos pasos de algodón : se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo.Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizás pedían permiso.
Fernando se acercó al niño y lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño-. Decile a alguien, que yo estoy aquí.

(Fuente: Galeano, Eduardo, El libro de los abrazos, Bs. As, Catálogos, 1989, p. 58)

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